La Situación del Mundo video de Claudio Naranjo
Capítulo IV del libro del doctor Claudio Naranjo El Eneagrama de la sociedad. Males del mundo, males del Alma. Temas de Hoy, Madrid, 1995
UN ENEAGRAMA DE LA SOCIEDAD
He puesto en el título «males del mundo» y no «patologías sociales» porque prefiero la expresión popular a la académica. Para mis fines, el lenguaje ordinario tiene en este caso una virtud que no comparte con el lenguaje técnico: aunque la palabra «mal» tal vez evoque en primer lugar el significado de «enfermedad», no por eso deja de tener un significado moral.
Llamar a la disfunción social enfermedad es desarrollar la visión de la sociedad como un organismo que caracteriza la moderna formulación de la ciencia de sistemas. Así como, en general, sistemas de diversos niveles se reflejan en sus elementos constitutivos y funciones, podemos pensar que a las patologías individuales corresponderían ciertas patologías sociales y, a los «pecados capitales» del individuo, ciertos males básicos del organismo de nuestra especie sobre la tierra. Y si a nivel individual la enfermedad mental puede definirse como una condición de impedimento para realizar los valores que están en el potencial de la persona, también podemos pensar que los males fundamentales de! mundo son fenómenos sociales que constituyen formas básicas de interferencia con el potencial de la humanidad.
Más de ocho mil problemas humanos han sido inventariados en la Encyclopedia of World Problems and Human Potential ¹. Entre estos diversos problemas buscan los futurólogos actuales un núcleo central, en el intento de discernir un metaproblema -una problemática unitaria tras sus manifestaciones múltiples e interrelacionadas-. Entre estos dos niveles -el de los miles de problemas específicos y el de un problema central- se sitúa el nivel de análisis propuesto aquí, que invita a la consideración de nueve aberraciones capitales o básicas de la sociedad a través de su vida «civilizada».
Es obvio que se pueden encontrar resonancias entre los procesos e instituciones colectivas y los procesos psicológicos a escala individual; tantas corno para que fuese alguna vez popular la especialidad de estudios de «cultura y personalidad». A ella pertenece la formulación que explicaré a continuación acerca de las aberraciones sociales a la luz de los eneatipos. Los sociólogos han protestado por las interpretaciones «psicologistas» que proponen la causación individual de lo social sin prestar suficiente atención a los factores causales sociales sobre la psiquis del individuo, y obviamente existe una relación circular entre los niveles de organización, si bien se trata de niveles distintos en una jerarquía que va de lo elemental a lo complejo. También es claro, más allá de todo esto, el isomorfismo o paralelismo entre los patrones que se pueden reconocer en uno y otro nivel, de modo que comprendemos intuitivamente la relevancia de las diversas experiencias del «mal amor» respecto a los metaproblemas sociales. Con la formulación de estos metaproblemas estaré desarrollando lo que pudiera llamarse un eneagrama de la sociedad.
EL AUTORITARISMO
Comenzaré por el triángulo central del eneagrama, que en el plano de la psicología individual corresponde a la cobardía. El miedo es una emoción universal, pero cuando domina en el carácter de un individuo se asocia a una visión del mundo excesivamente jerárquica. El miedo tiene mucho que ver con la autoridad, ya que originalmente nos atemorizaron esos gigantes que nos rodeaban cuando éramos pequeñitos: nuestros padres. Sobre todo la figura del padre, símbolo -si no ejecutivo- de la autoridad en la mayor parte de los hogares. Por ello contribuye el miedo a que una persona se oriente hacia relaciones de superioridad/inferioridad. Es el miedo, entonces, una pasión que en el mundo social lleva a que existan mandones y mandados.
Así como, dentro de sí, la persona de carácter desconfiado vive en forma especialmente aguda la pugna entre un tirano y un esclavo, un acusador y un acusado, un perseguidor y un perseguido, un culpador y un culpado, también en la sociedad funcionamos de esta manera, y es fácil comprender que la prevalencia de un carácter propenso a la intimidación sea favorable al establecimiento de una jerarquía autoritaria; de la misma manera que, a la inversa, puede pensarse que una sociedad autoritaria favorezca el desarrollo del carácter temeroso. La jerarquía más autoritaria en nuestra sociedad actual, que apela sobre todo a este tipo de carácter, es naturalmente el ejército; en antiguos tiempos la Iglesia era más autoritaria que hoy. (Hubo épocas, ya casi olvidadas, en que la Iglesia era mucho más poderosa que el imperio, y el hombre más poderoso de Occidente era el Papa.)
Tal visión jerárquica hace que la persona esté demasiado sometida a la autoridad, y cuando hay demasiada tendencia a entregar la propia autoridad (o, dicho de otro modo, demasiada poca capacidad de ser autoridad para con uno mismo), demasiada tendencia a la obediencia, demasiado énfasis en un programa infantil de dependencia con respecto a un padre fuerte, ello hace que pueblos enteros se muestren especialmente deseosos de exaltar y seguir a alguien con la pasión de mandar.
El caso más notable fue, naturalmente, el de la Alemania nazi. En el pueblo alemán predominaba el EVI, y particularmente ese carácter temeroso, ordenado, con un fuerte sentido del deber, idealista e idealizador de la autoridad, en que el individuo teme equivocarse y al mismo tiempo anhela certezas; ese carácter que desea que alguien le hable de tal manera que pueda sentir que sabe, que tiene la razón. Sabemos que es así el discurso típico de los fanáticos. El pueblo nazi fue curiosamente una caricatura del pueblo judío, en tanto que la noción de pueblo elegido fue tomada por los alemanes de sus enemigos envidiosamente odiados. Se ve tanto cine en el que se refleja el mundo nazi y se escribe tanto de él, que es como si todavía estuviéramos digiriéndolo; como si tuviésemos aún una lección que aprender, una lección que parecía aprendida un par de decenios atrás y que nos permitía dejar a un lado el autoritarismo. Sentíamos que ya estábamos preparados para no caer nuevamente en las aberraciones del nacionalismo, pero parece que no. Por el contrario, se está reafirmando el autoritarismo en el mundo y los nacionalismos están en pugna por todas partes.
Aunque medie un abismo entre la fe profética de quienes se sintieron destinados a un rol salvífico -a través del sacrificio- en aras de sus ideales y el nacionalismo agresivo, para el cual la exaltación de los valores patrióticos o nacionales constituye la premisa de un derecho, pienso que el miedo ha sido a estructura central no sólo del pueblo alemán en la Europa contemporánea sino de la cultura occidental cristiana y de la cultura judía antigua. Nietzsche, ese gran crítico de la cultura cristiana, decía que nuestra moral es una moral de esclavos -una moral de oprimidos que nos sirve para sobrellevar la opresión. No valoramos el coraje como los griegos antiguos; valoramos la humildad, la obediencia, el «portarse bien», porque eso es lo que las autoridades quieren.
La patología social que estoy tratando es lo que técnicamente se llama «autoritarismo». El autoritarismo tiene en el individuo una serie de características como la sumisión a los de arriba y la agresión a los de abajo (la tan citada «ley del gallinero», con su jerarquía del picoteo). En las jerarquías humanas se reciben las agresiones de los de más arriba y se descarga el resentimiento en los de abajo o en los de fuera del propio grupo, en algún «chivo expiatorio».
Una vez vi una historieta de alguien que está viendo en la televisión un programa en el que Fidel Castro alecciona a las multitudes; cambia de canal y aparece Mao arengando a las multitudes; por fin apaga la televisión y se pone a arengar agresivamente a su perro. Lo mismo se repite a través de las generaciones: se abusa de la autoridad con los hijos y así se perpetúa el carácter autoritario.
Este es el aspecto más visible del autoritarismo -el mandar y el ser mandado, la enajenación del poder propio, el dar demasiado poder a otros, la dependencia de las figuras pseudoparentales (como el «patrón» que actúa in loco parentis, amparándose en la benevolencia que se le concede y se espera de un padre, y hace el paripé de la benevolencia para poder explotar y controlar mejor). Muchos han pensado que no existiría la institución del Estado si no estuviera apoyada en esa forma microscópica de gobierno que es la organización patriarcal de la familia. El aspecto más interno de la relación de autoridad es el uso de la acusación, la culpabilización. Sabemos que a lo largo de la historia se ha mantenido a la gente en orden amenazándola con el infierno. «¿Qué clase de persona eres? ¡A un padre no se le habla así!»; «¡Qué traición a la patria!»... Y toda acusación se apoya en una ideología.
Es aparentemente cierto que las ideologías están muriendo, están agónicas. Muchos lo han denunciado. Marx fue tal vez el primero que puso el dedo en la llaga, mostrando cómo las ideologías son un instrumento de manipulación, y desde entonces ha habido muchos otros: Manheim, Marcuse... Pero aunque resulte una aberración el hecho de que hoy cueste encontrar a alguien que crea en algo, existe una ideología que compartimos implícitamente: que el sistema funciona y es legítimo. Por ejemplo, a pocos se les ocurriría suponer que los Estados soberanos, que los gobiernos, son cuestionables y que cabría encontrar una forma mejor de convivencia. Hace un tiempo estaba prohibido ser marxista justamente porque Marx había cuestionado la necesidad y bondad del Estado. Lo mejor de Marx fue precisamente este cuestionamiento; su verdadero legado consistió en el comienzo de la búsqueda de alternativas y no en las soluciones que ofreció. En esto se asemeja a Freud, quien, apuntando ciertas cosas que funcionaban mal, caló hondo en nuestra historia cultural, aunque su propuesta está ya muy revisada y pocos son los freudianos ortodoxos en nuestro tiempo.
La ideología implícita de que todo está relativamente bien y que las cosas se están haciendo lo mejor posible desconoce que haya una estructura de poder invisible, así como gente bastante interesada en que las cosas no cambien. Nos sentimos parte de un mundo democrático, pero los griegos lo eran mucho más que nosotros. Aunque existía la esclavitud, se pagaba a cada ciudadano para que asistiera al ágora, y era un deber participar en las discusiones. Las decisiones las tomaba el «gobierno del pueblo por el pueblo», con la fe implícita de que todo se autorregula. Ahora vivimos en la ficción (y es una ideología) de que somos libres porque podemos elegir entre un candidato y otro, acto que muchas veces resulta irrelevante.
Naturalmente, la situación actual no puede compararse con la de los tiempos de Galileo, cuando la Iglesia ordenaba lo que debíamos creer; con ello no quiero sino ilustrar que el mando no es tanto cosa de fuerza bruta, sino sobre todo de autoridad propiamente tal. Existe todo un arte en arrogarse autoridad; un arte en parecer que uno es legítimo y en apelar a los principios que nos permiten parecerlo; un arte, también, en hacer que otros se sientan niños y nos tomen como padres sabios y bondadosos.
Con todo esto he pretendido explicar la patología social llamada autoritarismo, cuya institución prototípica es el Estado.
EL MERCANTILISMO
Vamos ahora al punto opuesto en la base del triángulo, el punto III, que en el carácter individual se relaciona con la vanidad, la gloria, el lucimiento y las apariencias, y que lleva a una persona a interesarse vivamente en competir y resultar victorioso. En cuanto al plano social, es obvio que estamos en un mundo de intensa competencia -en una «carrera de ratas», como dicen los norteamericanos-, corriendo cada vez más apresuradamente en pos de algo. Piénsese en el mundo de las industrias, de las corporaciones, de los negocios. El sistema está construido de tal manera que el que no corre a la misma velocidad que los demás no sobrevive. La competitividad, dada esta forma del sistema, es intrínseca a su función, y como resultado no tenemos tiempo para nada: no tenemos tiempo para vivir, sino solamente para correr en pos de algo; no tenemos tiempo para crecer, para respirar, para nutrirnos.
Se afirma que hemos vivido milenios de progreso. Sin embargo, hace poco estuve leyendo las reflexiones de un antropólogo bien informado que decía que la mayor parte de los pueblos primitivos dedica unas tres horas diarias a actividades de supervivencia. Tenemos la idea de que los primitivos llevaban una vida muy dura, porque debían vivir de la caza arriesgándose continuamente, mientras que nuestra vida es privilegiada, con nuestros almacenes y ese gran invento del dinero. Pero con las tres horas al día que dedicaban a la caza estaban bastante mejor que muchas personas de la sociedad actual que durante ocho horas realizan actividades sin sentido personal ante un escritorio, o limpiando vidrios, cerrando botellas... en un ambiente incomparablemente menos sano y menos bello.
SEGUNDA PARTE DEL TEXTO
Presentación del Eneagrama de la Personalidad
El Eneagrama y sus Eneatipos
2 comentarios:
Es interesantísimo lo que publicas aqui. Sin duda "Los males del Mundo a la luz del Eneagrama" parece ser un estudio bien complejo de la iteración social en la personalidad del individuo,los males sociales trasladados a la individualidad o viceversa.
No cabe duda que las fobias, determinadas patologias mentales, los transtornos de conducta, la mayoría de las veces vienen provocados por agentes exógenos que condicionan determninadas personalidades ya frágiles de por si.
Enhorabuena por esta publicacion. Sin duda de lo mejor que hemos leído ultimamente.
Un saludo
Los males del mundo, los del individuo, se trata de lo mismo, un sistema macro y uno micro que estan en constante interacción, uno retroalimenta al otro, uno es producto del otro y viceversa.
Desde mi punto de vista la verdadera y única revolución posible es la de las conciencias, desde abajo hacia arriba, desde el individuo y lo colectivo hacia lo institucional, el estado y las corporaciones q nos esclavizan.
Pero la bestia es demasiado poderosa, tanto la de nuestra estructura de carácter como la macroeconómica y habrá que atacarla por todos lados
El artículo de Claudio Naranjo se concentra en los males, el diagnóstico de la sociedad, sigo buscando haber si hay textos que se concentren más en las soluciones, hacia donde debe moverse lo deficitario para sanar y el cómo hacerlo.
un saludo
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