sábado, 3 de enero de 2009

Escucha pequeño hombrecito. Wilhelm Reich
















¡ESCUCHA, PEQUEÑO HOMBRECITO! no es un documento científico sino un documento humano. Fue escrito en el verano de 1945 para los archivos del Instituto Orgonómico y no estaba destinado a publicarse. Es el resultado de las tempestades y luchas internas de un científico y médico natural que ha observado durante decenios -primero como ingenuo espectador, después con asombro y por fin con horror-, lo que el hombre de la calle se inflinge a sí mismo, cómo sufre y se rebela, cómo admira a sus enemigos y asesina a sus amigos; cómo en el mismo momento en que, asumiendo la función de representante del pueblo, accede al poder, lo ejerce con mayor crueldad que la que él mismo sufrió anteriormente por el sadismo de las clases dominantes
(…)
Lo vital, en sus relaciones sociales y humanas, es ingenuo y amable, y precisamente por eso está amenazado en las actuales condiciones. Parte de la idea de que el compañero observa las leyes de la vida, es amable, servicial y generoso. El individuo amable se imagina que todo el mundo es amable y actúa en consecuencia. El apestado cree que todos los hombres mienten, engañan, traicionan y codician el poder. Por lo tanto, mientras exista la plaga emocional, la actitud fundamentalmente natural del niño sano o la del hombre primitivo, constituye el mayor peligro para la lucha por un orden de vida verdaderamente racional, ya que el individuo apestado también atribuye a sus semejantes rasgos de su propia manera de pensar y actuar. No hace falta decir que en estas condiciones lo vital queda en desventaja y amenazado. Cuando el individuo se muestra generoso con el apestado, éste lo exprime y luego lo desprecia y traiciona; cuando actúa confiadamente, es engañado.
(…)
Después de haber conducido así al gran hombre a la soledad, te olvidaste de lo que le habías hecho. Todo lo que hiciste fue proferir otras tonterías, cometer otras pequeñas vilezas, causarle otra profunda herida... y olvidarte.
Pero es de la naturaleza de los grandes hombres no olvidar, pero también no vengarse, sino por el contrario, intentar ENTENDER PORQUE ACTUAS TAN MEZQUINAMENTE.
Ya sé que esto también es ajeno a tu pensar y sentir. Pero créeme: si un centenar de veces, mil, un millón, inflinjes heridas que no puedes curar -incluso aunque al poco tiempo te olvides de lo que hiciste- el gran hombre sufre por tus delitos en tu lugar, no debido a que éstos sean grandes delitos, sino porque son mezquinos. Le gustaría saber qué es lo que te mueve para hacer cosas como estas: insultar a tu compañero marital porque él o ella te ha contrariado; torturar a tu hijo porque no le gusta un vecino vicioso; mirar con sorna a una persona amable y explotarla; coger donde se te da y dar donde se te exige, pero nunca dar donde se te da con amor,« dar otra patada al compañero que está hundido o a punto de hundirse; mentir cuando se pide la verdad, y siempre acorralar a la verdad en lugar de la mentira. Siempre estás del lado de los perseguidores, Pequeño Hombrecito.
Para ganarse tu favor, Pequeño Hombrecito, para ganarse tu inútil amistad, el gran hombre tendría que ajustarse a tí, tendría que hablar en la forma que tú lo haces, tendría que adornarse con tus virtudes. Pero si tuviera tus virtudes, tu lenguaje y tu amistad, ya no seguiría siendo grande, sincero y sencillo. La prueba de ello: los amigos que hablaron de la forma en que tú querías que hablaran, nunca han sido grandes hombres.
No crees que tu amigo pudiera conseguir algo grande. Secretamente te desprecias, incluso cuando -o especialmente cuando- haces la mayor ostentación de tu dignidad; y desde el momento en que te desprecias a tí mismo, no puedes respetarle a él que es tu amigo. No puedes creer que alguien que se sienta en la misma mesa contigo o vive en la misma casa pudiera alcanzar algo grande. Estando cerca tuyo, Pequeño Hombrecito, es difícil pensar. Uno sólo puede pensar sobre tí, no contigo. Ya que tu estrangulas cualquier pensamiento grande y arrebatador. Como madre le dices a tu hijo que explora su mundo: «Esto no es cosa de niños». Como profesor de biología dices: «Esto no es para estudiantes decentes. ¿Acaso dudan sobre la teoría de los gérmenes del aire?» Como maestro de escuela dices: «Los niños son para ser vistos y no para ser oídos.» Como esposa dices: «¡Ja! ¿Un descubrimiento? ¡Tú y tus descubrimientos! ¿Por qué no vas a la oficina como todo el mundo y haces una vida decente?»

Pero tú crees lo que se dice en los periódicos, tanto si lo entiendes como si no.
Y te diré Pequeño Hombrecito: Has perdido la sensibilidad de lo mejor que hay en tí. Lo has estrangulado, y lo has asesinado siempre que lo has detectado en los otros, en tus hijos, tu esposa, tu marido, tu padre o tu madre. Eres pequeño y quieres seguir siendo pequeño
Tengo miedo de tí, Pequeño Hombrecito. No siempre fue así. Yo mismo fui un Pequeño Hombrecito, entre millones de Pequeños Hombrecitos. Entonces llegué a ser un científico natural y un psiquiatra, y aprendí a ver cuán enfermo estás y cuán peligroso te hace tu enfermedad. Aprendí a ver el hecho de que es tu propia enfermedad emocional, y no una fuerza exterior, la que, cada hora y cada minuto, te anula, incluso aunque no exista ninguna presión externa. Habrías vencido a los tiranos hace tiempo, si interiormente hubieras estado vivo y sano. Tus opresores provienen de tus propios medios, así como en el pasado provenían de los estratos superiores de la sociedad. Incluso son más pequeños de lo que tú eres, 'Pequeño Hombrecito. Ya que se necesita una buena dosis de mezquindad para saber de tus miserias a través de la experiencia y entonces utilizar este conocimiento para anularte todavía mejor, aún más duramente.
No posees el órgano sensorial para captar al hombre verdaderamente grande. Su modo de ser, su sufrimiento, su anhelo, su trayecto, su lucha por tí te es desconocida.
No puedes comprender que existen hombres y mujeres que son incapaces de suprimirte o explotarte, que son los que realmente desean que seas libre, real y honesto. No 'te gustan estos hombres y mujeres porque son extraños para tu ser. Son sencillos y rectos; para ellos, la verdad es lo que para tí son las tácticas. Miran a través tuyo, no con mofa sino dolidos ante el destino de los humanos; pero te sientes traspasado por su mirada y en peligro.

(…)

Eres tú, Pequeño Hombrecito, quien trata de paria al gran hombre cuando su pensamiento es correcto y duradero y tu pensamiento es insignificante y efímero. Convirtiéndolo en un paria siembras en él la terrible semilla de la soledad. No la semilla de la soledad, que produce hazañas, sino la semilla del miedo a ser malentendido y maltratado por tí. Ya que tú eres «la gente», «la opinión pública» y «la conciencia social». ¿Jamás has pensado honestamente, Pequeño Hombrecito, en la gigantesca responsabilidad que esto implica? ¿Alguna vez -y honestamente- te has preguntado a tí mismo si tu razonamiento es correcto,
desde el punto de vista de los acontecimientos sociales de largo alcance, de la naturaleza, de las grandes empresas humanas, por ejemplo la de un Jesús? No, no te preguntaste jamás si tu pensamiento era erróneo. Por el contrario, te preguntabas qué es lo que tu vecino iba a decir sobre ello, o si tu honestidad podría costarte dinero. Esto, y nada más, Pequeño Hombrecito, es lo que te preguntaste a tí mismo.

(…)

Escucha, Pequeño Hombrecito, tengo algunas predicciones muy serias que hacer:
Estás apoderándote de la dirección del mundo, y eso te hace temblar de miedo. En los siglos venideros, asesinarás a tus amigos y aclamarás a tus dueños, los Führers de todos los pueblos, de los proletarios y de todos los Rusos. . Día tras día, semana tras semana, siglo tras siglo, adorarás a un amo después del otro; y al mismo tiempo, no oirás los llantos de tus bebes, la miseria de tus adolescentes, las súplicas de tus hombres y mujeres, o, si las oyes, las llamarás individualismo burgués. Durante siglos, verterás sangre cuando la vida debería ser protegida, y creerás que podrás obtener la libertad con ayuda del verdugo; por lo tanto, te encontrarás una y otra vez en la misma ciénaga. Durante siglos seguirás a los bravucones y serás sordo y ciego cuando la VIDA, TU VIDA, te llame.

Porque tienes miedo de la vida, Pequeño Hombrecito, tienes un miedo mortal. La asesinarás, en la creencia de hacerlo por el bien del «socialismo», o «del estado», o «del honor nacional», o «de la gloria de Dios». Hay una cosa que no sabes ni quieres saber:
A través de los siglos, perderás tu camino, hasta que tú y tus semejantes moriréis la muerte masiva de la miseria social general; hasta que la fealdad de tu existencia encenderá en tí un primer y débil resplandor de conciencia dentro tuyo. Entonces, gradualmente y a tientas, aprenderás a buscar a tu amigo, el hombre del amor, del trabajo y del conocimiento, aprenderás a entenderle y a respetarle. Entonces, empezarás a entender que la biblioteca es más importante para tu vida que las subastas; un paseo meditativo por los bosques mejor que un desfilé; curar mejor que matar; una autoconfianza sana mejor que una conciencia nacional, y la modestia mejor que el patriotismo y otros aullidos.
Crees que el fin justifica los medios, incluso los medios viles. Estás equivocado: El fin está en el sendero por el cual llegas a él. Cada paso de hoy es tu vida de mañana. Ningún gran fin puede ser alcanzado por medios viles. Esto lo has demostrado en todas las revoluciones sociales. La vileza o la inhumanidad del camino hacia el objetivo te hace vil e inhumano y hace del objetivo algo inalcanzable.
(…)
Wilhelm Reich ¡Escucha pequeño hombrecito!

Eva Reich: una entrevista personal

1 comentario:

Logan y Lory dijo...

Debe ser una lectura muy interesante. Tomamos nota de la referencia.

Un abrazo.