Los grandes medios de difusión se apasionan por las manifestaciones
egipcias y predicen la llegada de la democracia occidental a todo el
Medio Oriente. Thierry Meyssan desmiente esa interpretación, señala la
existencia de fuerzas opuestas en pleno movimiento y precisa que el
resultado va en sentido contrario del orden estadounidense en la región.
Ayer por ejemplo, alrededor de dos millones de personas marcharon
por la calles de El Cairo, la capital del país, para exigir la salida
inmediata del presidente, de su recientemente nombrado vice-presidente,
el general Suleim
an y de todos aquellos que representan el viejo orden
estatal al servicio del neocolonialismo occidental.
Hace una semana que los medios de prensa occidentales vienen
haciéndose eco de las manifestaciones y de la represión en marcha en las
grandes ciudades egipcias. Esos medios establecen un paralelismo entre
estos hechos y los que desembocaron
en la caída de Zine el-Abidine Ben Ali, en Túnez,
y hablan de un aire de rebelión que recorre el mundo árabe. También
según esos medios, este movimiento puede extenderse a Libia y a Siria y
debe beneficiar a los demócratas laicos, no a los islamistas, según
dicen, porque la administración Bush sobreestimó la influencia de los
religiosos y el «régimen de los ayatolas» que reina en Irán no es bien
visto. Se cumpliría así el deseo expresado por el presidente
estadounidense Barack Obama en la universidad del Cairo: la democracia
reinará en el Medio Oriente.
Este análisis es falso en todos sus aspectos.
En
primer lugar, las manifestaciones de Egipto comenzaron hace meses. Los
medios de prensa occidentales no les prestaban atención porque pensaban
que no llegarían a nada. Los tunecinos no contagiaron a los egipcios
sino que les abrieron los ojos a los occidentales sobre lo que está
sucediente en la región.
En
segundo lugar, los tunecinos se rebelaron contra un gobierno y una
administración corruptos que poco a poco comenzaron a expoliar a toda la
sociedad, privando así de toda esperanza a un número cada vez mayor de
categorías sociales. La rebelión egipcia no está dirigida contra ese
modo de explotación sino contra un gobierno y una administración que
están tan ocupados en servir a los intereses extranjeros que no les
queda energía para responder a las necesidades básicas de su propia
población.
Numerosos motines se han producido en Egipto durante los últimos
años, ya sea contra la colaboración con el sionismo o provocados por el
hambre. Estos dos temas están íntimamente vinculados. Los manifestantes
se refieren simultáneamente a los acuerdos de Camp David, el bloqueo
contra Gaza, los derechos de Egipto sobre las aguas del Nilo, la
división de Sudán, la crisis de la vivienda, el desempleo, la injusticia
y la pobreza.
Además, Túnez era administrado por una dictadura policial, mientras
que Egipto es administrado por un régimen militar. Digo «administrado», y
no «gobernado», porque en ambos casos se trata de Estados que se
encuentran una bajo tutela postcolonial, privados de política exterior y
de defensa independiente. Como consecuencia, en Túnez, el ejército
logró interponerse entre el pueblo y la policía del dictador, mientras
que en Egipto la cuestión tendrá que resolverse a golpe de fusil
automático entre militares.
En
tercer lugar, si lo que está sucediendo en Túnez y en Egipto constituye
un estímulo para los pueblos oprimidos, la realidad es que esos pueblos
no son los que los medios occidentales se imaginan. Para los
periodistas de esos medios, los “malos” son los gobiernos que se oponen
–o que parecen oponerse– a la política occidental. Sin embargo, para los
pueblos, los tiranos son quienes los explotan y los humillan. Es por
eso que no creo que veamos revueltas similares en Damasco.
El gobierno de Bachar el-Assad es el orgullo de los sirios. Se ha
puesto del lado de la resistencia y ha sabido preservar sus intereses
nacionales sin ceder nunca ante las presiones. Lo más importante es que
ha sabido proteger a su país del destino que Washington le reservaba: el
caos, como en Irak, o el despotismo religioso, como en Arabia Saudita.
Aunque ciertos aspectos de su administración son muy criticados, está
desarrollando una burguesía y los procesos de decisión democrática que
la acompañan. Por el contrario, Estados como Jordania y Yemen son
inestables, en lo que concierne al mundo árabe, y el contagio puede
extenderse también al África negra, por ejemplo, a Senegal.
En cuarto lugar,
los medios de difusión occidentales están descubriendo tardíamente que el
peligro islamista no es más que un espantapájaros. También deberían admitir que quienes lo activaron fueron los Estados Unidos de Clinton y la
Francia de Mitterrand, durante los años 1990 en Argelia,
y que la administración Bush lo infló después de los atentados del 11
de septiembre, mientras que los gobiernos neoconservadores europeos de
Blair, Merkel y Sarkozy se dedicaban a alimentarlo.
Tendrían que reconocer además que nada tienen en común el wahabismo
saudita y la Revolución islámica del ayatola Khomeiny. Calificar a ambas
tendencias de «islamistas» no sólo es simplemente absurdo, sino que
equivale a prohibirse a sí mismo la comprensión de lo que está pasando.
La familia Saud ha financiado, en colaboración con Estados Unidos, a
grupos sectarios musulmanes que predican un regreso a la imagen que
ellos tienen de la sociedad del siglo VII, la época del profeta Mahoma.
Pero su impacto en el mundo árabe es similar al de los amish, con sus
carretas de caballos, en Estados Unidos.
La Revolución de Khomeiny no tiene como objetivo la instauración de
una sociedad religiosa perfecta, sino el derrocamiento del sistema de
dominación mundial. Afirma que la acción política es para el hombre un
medio de sacrificarse y de superarse a sí mismo y que es por lo tanto
posible encontrar en el Islam la energía que se necesita para lograr el
cambio.
Los pueblos del Medio Oriente no aspiran a reemplazar las dictaduras
policiales o militares que los oprimen por dictaduras religiosas. No
existe un peligro islamista. Simultáneamente, el ideal revolucionario
islámico, que ya dio lugar al nacimiento del Hezbollah en el seno de la
comunidad chiíta libanesa, está influenciando ahora al Hamas en la
comunidad sunnita palestina. También puede ser capaz de desempeñar un
papel en los movimientos que ya se encuentran en marcha, y ya lo está
haciendo en Egipto.
En
quinto lugar, aunque no sea del agrado de ciertos observadores, y
aunque estamos asistiendo a un regreso de la cuestión social, no se
puede reducir este movimiento a una simple lucha de clases. Por
supuesto, las clases dominantes tienen miedo de las revoluciones
populares, pero las cosas son mucho más complicadas. Así que no tiene
nada de sorprendente que el rey Abdullah de Arabia Saudita haya
telefoneado al presidente Obama para pedirle que pare el desorden en
Egipto y que proteja a los gobiernos ya establecidos en la región, sobre
todo el suyo. Pero ese mismo rey Abdullah acaba de favorecer un cambio
de régimen en el Líbano a través de la vía democrática. Abandonó al
millonario líbano-saudita Saad Hariri y ayudó a la coalición del 8 de
Marzo, incluyendo al Hezbollah, a poner en su lugar como primer ministro
a otro millonario líbano-saudita, Najib Mikati. Los diputados que
habían elegido a Hariri representaban al 45% del electorado libanés,
mientras que Mikati acaba de ser electo por parlamentarios que
representan al 70% del electorado.
Hariri
respondía a los intereses de París y de Washington, mientras que Mikati
anuncia una política de apoyo a la resistencia nacional. La
cuestión de la lucha contra el proyecto sionista es en la actualidad
extraordinariamente determinante en relación con los intereses de clase.
Además, más que la repartición de la riqueza, los manifestantes
protestan contra el sistema capitalista seudoliberal impuesto por los
sionistas.
En sexto lugar, y volviendo al caso de Egipto, los medios occidentales se precipitaron a aupar a
Mohamed El Baradei,
nombrándolo como líder de la oposición. Esto da risa. El señor El
Baradei es una personalidad que goza de una agradable reputación en
Europa por haber resistido por algún tiempo a las presiones de la
administración [Bush], sin oponerse a ella completamente.
Representa por lo tanto la buena conciencia que pretende tener ante Irak la Europa
que, después de oponerse a la guerra, acabó apoyando la ocupación. Sin
embargo, objetivamente, El Baradei es el hombre de los paños tibios al
que le dieron el premio Nóbel de la Paz
para no dárselo a Hans Blix.
Se trata, sobre todo, de una personalidad sin influencia en su propio
país. Existe políticamente porque los Hermanos Musulmanes lo
convirtieron en su vocero ante los medios occidentales.
Estados Unidos ha fabricado opositores más representativos, como
Ayman Nur, que Washington seguramente no tardará en sacar del sombrero,
aunque sus posiciones a favor del seudoliberalismo económico lo
descalifican ante la crisis social que está atravesando el país.
Como quiera que sea, en realidad sólo existen dos organizaciones de
masas, implantadas en la población, que se oponen desde hace mucho a la
política actual: los Hermanos Musulmanes por un lado y la iglesia
cristiana de los coptos por el otro (aunque S. B. Chenudda III ve una
diferencia entre la política sionista de Mubarak, a la que él se opone, y
el rais, al que él se adapta). A los medios occidentales se les escapa
ese detalle porque les han hecho creer al público que eran los
musulmanes quienes perseguían a los coptos, cuando en realidad es la
dictadura de Mubarak quien lo hace.
No resulta inútil hacer un paréntesis en este punto. Hosni Mubarak
acaba de nombrar vicepresidente a Omar Suleiman, un gesto que busca
evidentemente hacer más difícil su posible eliminación física por parte
de Estados Unidos.
Mubarak se convirtió en presidente porque había sido designado
vicepresidente y Estados Unidos eliminó al presidente Annuar el-Sadat a
través del grupo de Ayman al-Zawahiri. Así que Mubarak se negó siempre a
designar un vicepresidente por temor a ser asesinado a su vez. Al
designar al general Suleiman, Mubarak escoge ahora a uno de sus
cómplices, el mismo con quien él se manchó las manos en la sangre de
el-Sadat. En lo adelante, para tomar el poder, no bastará con matar al
presidente sino que habrá que ejecutar también a su vicepresidente. Pero
Omar Suleiman es el principal artífice de la colaboración con Israel,
así que Washington y Londres van a protegerlo como la niña de sus ojos.
Además, Suleiman puede apoyarse en el ejército israelí frente a la
Casa Blanca. Y ya trajo francotiradores y equipamiento israelíes que se
encuentran listos para abatir a los elementos más activos (líderes o
cabecillas) durante las manifestaciones callejeras.
- El
general-presidente Hosni Mubarak y su general-vicepresidente Omar
Suleiman aparecieron en televisión junto a sus generales-consejeros para
demostrar que el ejército conservará el poder.
En
séptimo lugar, la situación revela las contradicciones de la
administración estadounidense. En su discurso de la universidad del
Cairo, Barack Obama tendió la mano a los musulmanes y exhortó a la
democracia. Pero ahora hará lo que sea para impedir elecciones
democráticas en Egipto. Él puede tolerar un gobierno legítimo en Túnez,
pero no en Egipto. Unas elecciones beneficiarían a los Hermanos
Musulmanes y a los coptos. De ellas saldría un gobierno que abriría la
frontera con Gaza y que liberaría al millón de personas allí encerradas.
Los palestinos, con el apoyo de sus vecinos, el Líbano, Siria y Egipto, romperían el yugo sionista.
Hay que señalar aquí que durante los dos últimos años, estrategas
israelíes han analizado la posibilidad de orquestar una maniobra.
Considerando que Egipto es una bomba social, que la revolución es allí
inevitable, han estudiado la posibilidad de favorecer un golpe de Estado
militar a favor de un oficial ambicioso e incompetente.
Este último emprendería entonces una guerra contra Israel y fracasaría en ella.
Tel Aviv recuperaría así su antiguo prestigio militar
y recuperaría también el monte Sinaí y sus riquezas naturales. Se sabe
que Washington se opone resueltamente a ese escenario, demasiado difícil
de controlar.
En definitiva, el Imperio anglosajón sigue anclado a los principios
que él mismo fijó en 1945: es favorable a las democracias que toman «la
decisión correcta» (la del servilismo) y se opone a los pueblos que
toman «la mala» (la de la independencia).
Por consiguiente, si les parece necesario, Washington y Londres no
tendrán reparos en apoyar un baño de sangre en Egipto, con tal de que el
militar que salga ganador sobre los demás se comprometa a mantener el
statu quo internacional.
Ver video:
La policía egipcia del régimen de Mubarak se comporta de manera criminal
por Thierry Meyssan
Red Voltaire
http://www.voltairenet.org/article168359.html
Coninua...